Nuestro primer mito: El conflicto es negativo

La naturaleza no ve al conflicto como negativo.La naturaleza usa el conflicto como un motivador principal para el cambio. Imagine que flota por el río Colorado por el Gran Cañón .Aguas tranquilas que corren hacia estimulantes rápidos. Cañones escondidos con árboles sombríos y flores silvestres .Arroyos claros y agua potable. Una soledad y un silencio que pueden encontrarse en muy pocos lugares del mundo actual. Yesos riscos majestuosos asomándose por encima con formas fantásticas en las rocas y todos los colores del arco-iris desplegados. El Gran Cañón es verdaderamente una de las grandes maravillas del mundo y nos proporciona una profunda sensación de armonía y paz. ¿Sin embargo, como se formó ese asombroso paisaje? Eónes y eónes de corrientes de agua, desgastando continuamente la roca, llevándola al mar. Un conflicto que continúa hasta el día de hoy. El conflicto no es negativo, simplemente es.

En Oriente, en 1920, vivía un maestro de artes marciales, o el arte de tratar el conflicto físico. Era, para todas las autoridades de la época, un hombre muy exitoso.
Históricamente, un maestro debe estar preparado para aceptar, combatir victoriosamente,
Muchos desafíos propuestos por oponentes interesados en lograr fama o reconocimiento.
A menudo el perdedor quedaba incapacitado o seriamente lastimado, como resultado de esos desafíos, por lo que era evidente que existía una enorme motivación para ganar.
Este particular artista de las artes marciales era uniformemente victorioso. Y sin embargo, después de haber alcanzado el pináculo del éxito, sentía una profunda y creciente falta de plenitud en su interior. Dio un paso extraordinario y único para descubrir ese ingrediente esencial que le faltaba, para abandonar el tradicional camino de las artes marciales y se fue a las montañas, para regresar a la naturaleza y la tierra, como un granjero y un investigador espiritual.

Después de años de vida ascética y entrenamiento personal, un estado enteramente diferente de conciencia penetró en su ser .Por último bajó de las montañas y asombró a los artistas de las artes marciales de la tierra, declarando: “El verdadero arte marcial es el amor”.La frase típica, orientada físicamente, de los artistas de las artes marciales era, en estos términos: “Gracias por compartirlo, ¡ahora vamos a pelear!” El maestro se encontró con que tenía que poner su filosofía en práctica. Los que lo desafiaban se encontraban inevitablemente cabeza abajo e inmovilizados de una forma única, asombrados por no haber sido lastimados en el proceso. Y ahora él recibía a los que lo desafiaban sin esfuerzo y con alegría, sin el dolor ni la tensión del pasado.

El notable maestro japonés de las artes marciales, Morihei Ueshiba había dado a la luz el arte del Aikido. Ahora es un arte marcial altamente sofisticado. Su propósito fácilmente observable es el de resolver el conflicto físico, con un ataque inofensivo, si ni siquiera hacer daño al atacante. Sin embargo, como descubrí durante mis muchos años de entrenamiento en el arte, es mucho más útil lo que produce en el profesional.
El Aikido lo pone de cabeza abajo, sacudiéndole todos esos modelos duramente aprendidos de lucha y tensiones a través de la vida, y rompe con todas esas opiniones adquiridas sobre la fuerza, el poder, la relajación y las relaciones.

Y, bastante curiosamente, descubrí el Aikido a través de la resistencia. Estaba enamorado de las artes marciales desde que tenía diez años, cuando mi papá llevó a casa mi primer par de guantes de box. Juntaba a mis amigos del vecindario para un “campeonato del mundo” de fin de semana, con un cucharón y un gran bol de metal como campana para empezar los rounds, dos taburetes para los rincones y la verja del patio encerrando el ring mas grande del mundo. Uno podía correr, pero no podía esconderse.
Narices ensangrentadas, llantos, muertes ficticias y la campana era la única salvación para el suficientemente aporreado. Pese a que agregué las artes del Karate y la lucha a mis estudios de box, a través de los años la alegría del combate fue mayormente colmada en ese deporte de todos los norteamericanos, el fútbol. Desde quinto grado hasta la universidad, estuve alimentado por la famosa filosofía del vestuario “Cuando la partida se pone ruda, lo rudo es la partida” y “Si no hay dolor, no hay triunfo”
Aunque pasé los obstáculos después de mi último año de la facultad, con la pérdida de tres dientes de adelante y una historia de huesos rotos, ligamentos desgarrados y músculos forzados, todavía seguía convencido de que iba por el sendero correcto.

Por supuesto, por error, había confundido rudeza con rigidez y dolor con daño.
Si tenía una dificultad, siempre podía manejarla levantando mayores pesos, corriendo más carreras o apretando mis dientes o los puños. Una demostración de abrirse paso significaba literalmente romper para pasar, ya fuera madera u otro ser humano. Para empeorar las cosas, llegué a ser muy bueno en todo eso, lo que solo reforzó mi creencia de que más sería mejor.

Cuando oí hablar por primera vez de ese arte único llamado Aikido, en el que una persona pequeña, físicamente débil podía sin esfuerzo arrojar y controlar a una persona más alta y físicamente más fuerte, me mostré obviamente escéptico. Había estado estudiando una variedad de las artes de “patadas y puñetazos”, cuando conocí por primera vez a un experto
En Aikido, Rod Kobayashi. Ese hombre de menos de un metro sesenta y de unos cuarenta años, parecía estar pasándolo muy bien, girando y bailando alrededor de la estera, mientra un hombre tras otro lo atacaban, para terminar cabeza abajo o completamente inmovilizado por el ligero toque de sus manos. Todos mis años de lucha a través de la vida, de repente parecieron de naturaleza vulgar y torpe al compararlos con eso. Mucho más desconcertante era el hecho de que todos parecían divertirse mucho. Incluso mientras caían, los atacantes tenían tal gracia, fluidez y alegría, que ellos también parecían los ganadores aunque eran volteados de un lado al otro de la estera.

Reafirmé mi ego y justifiqué mis años de apretar los puños y los dientes, pensando que eso debería ser la coreografía de un baile. Eso nunca sucedería si yo fuera el atacante. Después de todo yo era demasiado fuerte y rudo .Observé mientras el seños Kobayashi y un hombre treinta centímetros mas alto, se ponían de rodillas y comenzaban a hacer un ejercicio de desarrollo de energía. El hombre más alto debía asir al sensei (maestro, profesor) de los antebrazos y tratar de dominarlo. Sonriendo y riendo todo el tiempo, el maestro Kobayashi derribó al hombre haciéndolo rodar de espaldas una y otra vez.
Ahora, espera un minuto pensé. Esa especie de baile es algo que yo realmente no puedo relacionar o evaluar. Pero esta actividad parece un simple caso de fuerza física, en la que cada uno trata de derribar al otro. ¿Por qué el tipo más grande finge y se cae de espaldas?
El sensei debió notar mi incredulidad. Me sonrió y me preguntó si quería participar .Es hora de ajustarme el cinturón pensé, mientras inconcientemente adoptaba de gladiador futbolista y avancé fanfarroneando, para demostrar mi gran proeza física .Cunado nos arrodillamos frente a frente, exteriormente me mostré muy amistoso. Pero interiormente
Era él o yo, ganar/perder, un perro que se come al otro. ¿Después de todo no es así la vida?
El sensei (maestro, profesor) extendió sus brazos hacia mí .Cuando quise aferrarlos con fuerza y dureza, como si los atornillara, me sentí inmediatamente desorientado. Era como si hubiera tomado dos activas mangueras de incendio. No había tensión ni rigidez. Yo había esperado sentir que aferraba unos rígidos pedazos de caño. En lugar de eso, me encontraba, en la superficie, una cierta suavidad y flexibilidad.
Sin embargo, cuando apreté sus brazos, los sentí tan llenos y poderosos, como si corrieran ríos a través de ellos. Mientras comenzaba a endurecer y a hinchar mis músculos y mi fuerza contra él, tuve la segunda sorpresa .Empujé y me esforcé violentamente, hice muecas y no conseguí nada. Me sentí tan absurdo como si empujara una montaña. Confundido suspendí mi esfuerzo y vi que el sensei (maestro, profesor) me sonreía alegremente.
No sucedía nada. Ni sudor, ni esfuerzo, ni tensión. Entonces, pese a que no se produjo ningún cambio en su expresión, ni ninguna demostración de fuerza, me encontré cayendo de espaldas. De inmediato pensé: No puede ser. Yo no lo estaba intentando realmente. Me tomó de sorpresa. A la vez siguiente la sujeté con fuerza y empujé violentamente. Más esfuerzo, más tensión.
Otra vez me encontré de espaldas, mirando las luces. Pero estaba deslumbrado por otra luz, la que me había dado vuelta dentro de mi mente. Durante todos esos años, creí que sabía lo que era la fuerza y el poder, y ahora me encontraba tirado en el suelo como un niño. Comencé a vaciar mi taza llena de conocimiento. Su contenido no era apetecible en comparación con lo que acaba de probar. ¿Sería posible el vivir pacífica y alegremente y ser fuerte? ¿Y todo eso sin la violencia y el esfuerzo?
Los principios del Aikido son aplicables a mucho más que a los conflictos físicos. Como veremos, pueden aplicarse a los conflictos diarios en los negocios, la educación y las artes.

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