AIKIDO UN MODO DE VIDA - 1ra Parte

«Pueda la divina Luz que reside en las bóvedas celestiales descender a la Tierra e iluminarlo todo, hasta las profundidades del océano.» (Misogi-no-Jo) 
Morihei Ueshiba (1883-1969) fue un hombre profundamente espiritual y toda su vida estuvo impregnada por ese sentimiento. No obstante, él entendió la espiritualidad como algo que unía a los pueblos y no como un dogmatismo que los dividía. De ese camino surgió el Aikido, un modo de entender la vida y de vivirla en armonía con la naturaleza y sus leyes, un intento por llegar a la comprensión de la diversidad en la unidad. En una época turbulenta como la que le tocó vivir y durante la cual la primera bomba atómica irrumpió en la escena mundial haciendo estragos entre la población nipona, él supo hacer del Aikido una vía de reconciliación y de cooperación entre todos los seres, con independencia de su credo o raza. Tras años de fundación del Aikido, cabe preguntarnos si en el corazón de sus practicantes anida ese sentimiento de unidad, si su comportamiento es el reflejo de una vida dedicada a la búsqueda de un saber interior más allá de la mente racional. Aparte de la técnica, que no deja de ser un importante soporte para la superación personal, existe «algo» más en el Aikido que nos permite trascender los limites de la práctica, para conducirnos al mundo interior desde cuyas cumbres podemos vislumbrar la unidad en el todo:
«El Aikido no es una técnica para luchar o vencer a un enemigo. Es la vía para reconciliar el mundo y hacer de los seres humanos una familia. » Morihei Ueshiba
Vivir el Aikido como un modo de vida da sentido a nuestra práctica, que de lo contrario quedaría estéril y desprovista de todo significado con el paso de los años.
El sentir día a día, minuto a minuto, la experiencia del Aikido hace de nosotros verdaderos seres humanos, auténticos guerreros de la Paz:
«En el verdadero Budo buscamos ser uno con todo, volver al corazón de la Creación. El propósito del entrenamiento en el Aikido no es convertiros simplemente en fuertes y más poderosos que los demás, es hacer de nosotros guerreros para la paz en el mundo. Esta es nuestra misión en el Aikido. » Morihei Ueshiba

Más allá de idealismos y quimeras, el Aikido puede ofrecernos esta experiencia si lo vivimos desde el corazón y no como una simple practica marcial o ejercicio físico.

La vida del Fundador es un ejemplo a seguir, acudir a la fuente, 

a los orígenes, ha sido siempre la divisa de cualquier tradición auténtica. Con su comportamiento y su creación (el Aikido) podemos darnos cuenta de qué modo el maestro Ueshiba vivía y sentía desde lo más profundo de su ser, de cómo hizo del Aikido un sendero de armonía y unidad. No separarse de ese sentimiento debería ser nuestra máxima, buscar siempre la armonía y la unidad ante cualquier conflicto y hacer de ello un camino de vida, representa adquirir cualidades tales como la humildad, la bondad y la rectitud. Si realmente este fuera nuestro camino, descubriríamos ante nosotros una perspectiva totalmente diferente y el Aikido adquiriría otro cariz. El tatami sería nuestro templo y la técnica que día a día intentamos pulir sería nuestra herramienta de superación frente a las innumerables dificultades a las que se enfrenta aquel que con bondad y humildad, intenta hallar la armonía en el conflicto y la unidad en la diversidad. El Aikido dejaría de ser un intento por acumular técnicas, a cuál más efectiva en el combate, para ser una senda de autoconocimiento y de crecimiento personal. Este camino o modo de vida no se sustentaría sin unos principios, unos pilares, que hacen posible en cualquier tradición no apartarse del difícil y estrecho sendero.
Andar por el filo de la navaja, requiere mucha disciplina y para ello nuestra mente juega un papel decisivo.
El keiko es de una ayuda inestimable, incesantes y agotadores sesiones de entrenamientos nos conducen a la superación de nuestro pequeño yo, trascendemos nuestras debilidades y adquirimos fuerza de voluntad, una voluntad imprescindible para no apartarnos del recto camino. No en vano el propio Morihei Ueshiba, siguió duros keikos, inhumanos misogi y largas horas de meditación.



Cinco principios que deberían fundamentar nuestra práctica.

1.La No-violencia

Existe la creencia de que no matar a nadie, no ser un terrorista o no intimidar a nadie por la calle, nos convierte en seres no-violentos. Pero nada más lejos de la realidad se encuentra esta creencia para aquellos que están dedicados a un camino de autoconocimiento, como pretendemos que se convierta para nosotros el Aikido.
La no-violencia debe abarcar tres campos: el pensamiento, la palabra y la acción.
Recuerdo un curso en que el Sensei, ante el asombro de todos nosotros, detuvo el keiko y con amorosa protección sacó de en medio del tatami un insecto, que de lo contrario hubiera acabado aplastado bajo nuestros pies.
Con ese acto demostró hasta qué punto respetaba la vida, sin importarle el tamaño del cuerpo o la especie a la que perteneciera, nos demostró a todos con un simple acto lo que representa ser no-violento. Ser no-violento por el pensamiento, la palabra y la acción, requiere una dura disciplina y un sentimiento de la unidad fuera de lo común. A pesar de estar en el siglo XXI, nuestra sociedad actual sigue siendo muy violenta, las diferencias sociales, políticas y religiosas, son patentes y estas diferencias no dejan de crear violencia. Como aikidokas deberíamos evitar todo comportamiento violento y eso requiere un esfuerzo de entendimiento y aceptación a todos los niveles, no creernos mejores ni diferentes a los demás es un buen principio de humildad que hará de nosotros personas más aptas para reaccionar pacíficamente y abarcar a todos los seres, empezando por el entorno del Aikido.

«La práctica del Aikido está basada en la creencia del poder de la no-violencia. No es una disciplina rígida o ascética. Es un camino que sigue los principios de la naturaleza, principios que debemos aplicar a nuestra vida diaria.» Morihei Ueshiba


Jordi Vila

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